Microcuento I.


         Había pasado de lejos la edad en que tener un amigo imaginario se consideraba 'algo sano', pero qué podía yo hacerle, seguía allí. Había tirado las casitas de muñecas, había dejado de hacer dibujos en los márgenes de los cuadernos y ya no me hacía coletas a los lados. Pero él seguía allí. Indudablemente, cuando los demás huían. 

         No es que no fuera consciente de que no existía, pero, cómo le dices a alguien que ha estado contigo más de veinte años que tiene que irse, que se acabó, que no está bien visto. Sería como dejar a tu novia porque engorde un par de quilos o porque la despidan. Sería frívolo. Procuro no pensarlo siquiera, porque a veces creo que podría oírlo y sentirse ofendido, al fin y al cabo él es parte de mí, ¿está en mi cabeza? Así que he seguido con mi vida, ahora hablamos sólo cuando nadie nos mira, porque ya he visto a algunas personas en el metro mirarme como miro yo a los que parecen normales.

         'Siéntate' entendí, parecía calmarse a sí mismo. 

         Y yo me senté.

         'Escucha' me dijo sin que pudiera oírle.

         'Dime' y la señora del periódico se cambió de asiento.

         'Esto tiene que acabar' parecía triste. 'Soy demasiado mayor para tener un amigo real'.

No hay comentarios:

Publicar un comentario